domingo, 26 de junio de 2016

miro a la ventana
podría llover de nuevo.
escuchar golpes
y encontrarlo abajo

Espantar sus gafas con un beso demasiado rápido.
Nunca tuve paciencia para mirar a los ojos antes de un beso,
hacer eso de acercarse lento. besar despacio con los ojos abiertos.
no caber en su cuerpo tan delgado.
tener el paladar inflamado
el cielo, como lo llaman los niños.
de la torpeza de besarnos podría escribir mil cosas
de su temblor de piernas

me acaricia los brazos
como un rey a su corona
el calor de pronto

le toco el pecho
huesos tiene, balas.

diario 2007

miro las marcas de la almohada en la cara. líneas como las de la mano. predicen que siempre tendré un ojo más grande que otro. y que me despertaré del todo dentro de un rato. no bajo la ducha, ni al cerrar la puerta de casa. Si me pongo a pensar en serio no se me ocurre nada. mejor reirse, dicen, mejor pensar en otra cosa. mirarme y ver que parezco frankenstein con resaca. Marihuana. Roberto Bolaño. Carlos edmundo de Ory. Anais Nin. Creo que tengo un poco de pena. Aterciopelados. Extremoduro. Kevin Johansen. Nirvana y Camarón. Cuentos rápidos por la noche. Flores de algodón. La ternura de las piernas de mi hija sobre las mias. Una vez un niño confunfió una margarita con un plátano, intentó comersela y, claro, se resbaló con los pétalos. La risa violenta de mi hijo. no sobra el amor. Mi cama. semanas con las mismas sábanas. Duermo dentro de una manta dentro de otra manta. Saudade. Dejo los ojos abiertos mucho rato sin pensar en nada. Siento que algo se me escapa que me olvido de algo importante. Vendrán más pájaros. Hay miles de árboles. Pero hay algo que se me ha olvidado y necesito recordarlo. Es importante. Una de esas cosas que recuerdas cuando estas muy cansada y sigues corriendo. O cuando bebes agua y recuerdas que llevas con sed una semana. Cuando no te dejas caer. no sé. Ahora solo hay que despertarse. Lavar las marcas de la cara. cerrar la puerta de casa y bajar las escaleras corriendo. Usar el tornillo de Arquímedes. Despierta.

vortigern

nada
olvídate ya
¿no oyes su risa?

eres fuerte y rápida
en bragas y calcetines
una superheroína en pelotas.

corre
sal volando
olvídate de todo
ya, coño.

lunes, 14 de noviembre de 2011

vomitar

quieres que te diga una cosa
tengo angustia de alfiler en el estomago
y un vacío de cuenca entre las costillas
descripcion, que vulgar, ya.

recupero algo de mi cuerpo cuando tú me tocas
y eso, que es bonito, debe ser algo bueno.

Existen islas enteras hechas de piedra pómez
loscos gigantes que flotan a la deriva
en algun mar, cerca de la tierra densa
hechas de volcán, como las de las mercerías
perfectas para tumbarse
y rozarse
hasta quedar
lisa.

Viernes?

Agosto da miedo por la noche.
tambaleante.
nidos de rata
en los tacones viajan pies sucios
basura en luces naranjas, ruido de fábrica, musica de contenedor
es verano y huele mal.
salado en las calles
pegajosos los faros
sabor acido en las aceras
besos como fruta podrida en los bancos

Viste el amor

Y entonces Alicia me coge de la mano y me obliga a meterme en la cama con ella. Suena Bartok y su pelo nos rodea a ambas, madre e hija. Su sudor hace un aura infinita de olor a narcisos y sus manos se aferran a mis costillas con sus lunares y sus marcas oscuras de entrecejos. Las sábanas son rojas y nunca estuvieron tan suaves y redondeadas. huesos de aceituna sus pupilas, mil pecas peces sobre la nariz. La hermosura. Las danzas rumanas afilan un crujido de piano y entonces ella abre sus ojos y trata de alcanzar mis pies con sus mil pequeñas piernas. su pequeña barriga a la altura de mi corazón que parpadea.

miércoles, 26 de octubre de 2011

Vilanos y hojas secas

Aquella mujer se llamaba Inmaculada y era la mujer del médico. Vivían en una casa un poco apartada del pueblo, al lado de una montaña hecha de grandes bancales verdes y piedras en línea. Crecía el cesped verde en ellas. Una tarde mi tía me mandó a su casa a que me lavaran la cabeza. Las paredes estaban llenas de desconchones, muy pocos muebles. Ella se sorprendió al verme llegar, me sacudió un poco la camiseta y me hizo pasar adentro. Yo tenía el pelo largo entonces, recogido siempre en una coleta que me tensaba la cabeza y me hacía daño. Ella me quitó la goma y me sentó en una silla con orejas. Me esparció champú de huevo por el cráneo como si fuera crema, dulcemente. Recuerdo que me frotó detrás de las orejas. Ella tenía tres hijos, a la mayor la llamaban Inmilla porque era retrasada y no recordaba bien mi nombre, tan largo. Por fuera parecía una niña normal pero no sabía mantener el equilibrio y tenía el blanco de los ojos un poco extraño, como sólido. Su madre me lavó la cabeza y me la enjuagó con ternura. Luego me desenredó alisándome el pelo hacia atrás. Me preguntaba cosas y yo hablaba sin parar de mis padres y de mi vida en Granada, de mi colegio y el camino que hacía todas las mañanas haciendo agujeros en el suelo con un paraguas grande. De mis amigas y de las primas que vivían en el piso de al lado. Ella era rubia, tenía ondas en el pelo y los labios pintados de rojo. Tenía un lunar cerca del labio, como las actrices. Abraham era su hijo pequeño, empezó a llorar al cabo de un rato. Tenía que marcharme ya y no sabía si pagarle, o darle las gracias, o darle un beso en la mejilla y ver a que olía. Se desabrochó la camisa y empezó a amamantar al niño, sonriendo. La Inmilla daba palmas y me ofrecía sus juguetes. Yo también quise.