viernes, 23 de septiembre de 2011

Veces

Yo tenía nueve años y crecer era ir a la peluquería. Cada dos meses perder el flequillo, el pelo rubio en verano, la carne caliente. Las manos se mantenían limpias.
La falda me quedaba larga. Iba al colegio andando entre unos setos y pisando las hojas. Los calcetines se me mojaban y yo no paraba de hablar.

y de pensar que si me llamara Beatriz yo sería otra persona. Memoricé las escaleras del colegio y mi imagen subiéndolas ese día. El tacto de los lápices, las rodillas desolladas. Un día una niña perdíó un dedo en los cuartos de baño. Alguien jugaba con las puertas y no vio que la niña se escondía detrás de una de ellas. Recuerdo que pensé que había sido yo, aunque no. Una profesora con cara de gato atravesó todo el patio sin saber correr y con el dedo envuelto en un pañuelo con sangre.

Me gustaba llorar, supongo. Una vez les conté a las amigas que un día el columpio bola del patio había echado a rodar y le había aplastado la cabeza a una niña.
Y que su cabeza sonaba como un caramelo al romperse en la boca. Se pusieron a llorar y a gritar hasta que la profesora me echó de clase. Cuando llegué a casa, puse los calcetines al radiador y lloré de pena por todas las niñas muertas que no existían. Apoyé la oreja en el suelo y escuché cosas durante todo el día.

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